Como si de una hilera de fichas de dominó se tratase, la década de 1930 contempló la caída, una tras otra, de casi todas las democracias liberales que habían brotado en Europa tras la Primera Guerra Mundial. La crisis económica desatada en Estados Unidos barrió con su gélido soplido muchos de los avances democráticos acuñados en el Viejo Continente. Italia, la primera ficha en caer, serviriría de modelo para otros movimientos totalitarios, como el rexismo belga, la Guardia de Hierro rumana o el Partido de la Cruz Flechada húngaro.
Para Austria, la derrota de 1918 había alumbrado dos procesos dramáticos en su historia: la desaparición del imperio de los Habsburgo, auténtico pivote en el centro del continente, y la reducción de su territorio nacional a menos de una cuarta parte. Con semejantes mimbres echó a andar una mutilada Primera República, bajo liderazgo del socialdemócrata Karl Renner. Su vigencia democrática sólo duraría década y media.